JAULA DE PLATA

Sentado sobre la orilla de su cama, llevaba puesto un traje gris oscuro que resaltaba su blancuzca piel. Con su mano izquierda, abrió la gaveta superior de la mesa de noche café, mientras que con su mano derecha, buscaba la fotografía de su amada. Enmarcada en un cuadro de plata, con detalles de ángeles en las esquinas, posaba allí, el amor imposible. Clavando sus ojos verde esmeralda en la prisionera de esa jaula de plata, se llenaban de lágrimas melancólicas. Francisco posó el retrato sobre su pecho y cerró sus ojos, se transportó así, en aquella primera vez cuando la vio. No recordaba, sino vivía de nuevo ese momento. Él estaba allí, ella estaba allí en un destello de realidad pasajera. Caminando bajo la alborada que se hospedaba en la playa, vislumbró a una mujer cubierta aún por un camisón de dormir. A cada paso que daba, el cuerpo de esta mujer se hacía más grande ante su mirada. Cuando su cabello volaba con el viento, dejaba entrever un tatuaje en su nuca. Era visible, pero no distinguible. Justo cuando estaba por distinguirlo, la mujer se volteó, sentía la invasión de una mirada profunda sobre ella. Tan sólo cuatro veces la vio en su vida, pero fue su único amor. Una sonrisa fue lo primero que recibió de ella, lo último fue el marco de plata en donde la encerró para la eternidad. Pensó que si la muerte los separó, también los uniría. Francisco nunca más regresó de ese viaje al interior de su corazón.